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viernes, octubre 12, 2007

Dos copas de un mismo vino

No se escuchaba nada en la habitación la silenciosa noche ya había entrado en escena, la luz de un farol asomaba por la ventana, yo como siempre perdido entre imágenes ilusorias de palabras blancas. Estaba ya entrado en cansancio y la botella de Rioja aun estaba por acabar, así que sin más preámbulos la garre y con los dientes arranque el tapón de corcho y lo escupí, esperando tal vez que la ayuda de Baco me ayudara a proponer a un papel ya gastado alguna idea o pensar.
Cuando mis labios acariciaron el noble néctar de la uva, oí el viejo timbre de la puerta y unas manos sensualmente delicadas tocando la madera resquebrajada por la humedad. Aposente la botella en el suelo a lado de la cama y fui sin ninguna diligencia haber quien me sorprendía con su visita. Era una mujer de unos veintitantos, delgada, de tez clara, de ojos grandes y azules, pelo rubio, pero sus raíces desvelaban la mentira de color negra.
Me miró y sin más inri entro cerrando detrás de ella, se acerco a mi y me beso, haciendo que mi cuerpo cayera en lujuria, excepto aquello que cada hombre esconde entre pierna y pierna que gozosa despertó. Acto seguido me agarro de la mano y como si fuera ya habitual me adentro en mi habitación, sus labios besaron todo mi cuerpo con especial distracción en los bajos, luego devolví el detalle y su aliento risueño sonó en la habitación. Jugamos a aquello que las biblias prohíben durante la oscura noche con la luna y las estrellas de testigos.

Llego la mañana, la luz del sol traslucía entre las cortinas y una suave brisa de mañana entraba por la ventana del dormitorio. Mi mano la busco entre las sabanas pero no la encontró, había marchado, tal como había aparecido, sus sombra se había esfumado. No comprendía el por qué de aquella mujer, pero el bien estar me hizo olvidar rápidamente de mis preguntas. Así que cogí mi camisa blanca y mis pantalones de tirantes, me abroche los zapatos y marche, baje las escaleras y olí de nuevo aquel perfume intacto en la atmósfera, entonces encontré una pequeño frasco de cristal con un signo parecido a una B, lo abrí y entro por mis fosas el suave aroma ya reconocido, me lo escondí en uno de los bolsillos del pantalón y seguí con mi ruta habitual, llegue al patio interior de la casa y a la derecha se encontraba el antiguo portón de madera, lo abrí i salí por a la calle. Me dirigía a la Iglesia de Santa Aularia, cerca del ayuntamiento.
-! Jericó ¡- oí una voz que me llamaba cerca del banco de los vagos, era LLuis Riera un manacori con muy mal hacer cuando se ponía violento.
- ¡Lluis! ¿qué tal?- le dije a lo que él contestó.
-Hombre pensando que hace media hora que te espero, no te acordabas que habíamos quedado, para ir a trabajar al puerto.-
-Más bien dirás para intentar trabajar.- le replique. Estábamos en plena posguerra y la economía de España jamás había estado peor y los ex-soldados civiles como nosotros íbamos de un trabajo para otro, como el ganado en busca de pastos.
Fuimos a paso ligero hasta los muelles, donde el tio de Lluis tenia una pequeña empresa de astilleros, despues de una pequeña bronca del jefe, nos dijo que no nos demorasemos más y que el muelle trece necesitaba una carga y descarga de mercancias, que tendria que estar para ayer.

Trabajamos gran parte de la mañana y gran parte de la tarde sin descanso, al salir le dije a Lluis que nos veríamos en el café de la plaza de Santa Aularia, él acepto a sabiendas que mis bolsas y ojeras no eran cosas que comentar en el trabajo.
Al llegar a la puerta de mi casa, saque el manojo de llaves, unas cinco, introduje una de estas en la cerradura y abrí, ahí me espera una pequeña vela ya con cera caída y poco por caer, que proyectaba sobre el largo pasillo una luz siniestra y una sombra fantasmal, anduve con esta hasta la cocina donde me metí entre labio y labio un trozo de pan seco ya que en aquellos tiempos no había mucho que echarse a la boca, al finalizar mi paupérrima cena volví hacer el mismo recorrido, abrí la puerta y una extraña sombra me empujo de nuevo para dentro y me roció labios y nariz con un trapo mojado.