Buscar este blog

sábado, noviembre 22, 2008

El cuchillo manchado de Oraciones

El Sol deslumbraba desde lo más alto del cielo, el reloj marcaba las dos, al entrar en el Gran Hotel una recepcionista me atendió, pero al preguntar por Don Rafael sin saber su apellido poco pudo hacer, así que decidí entrar por mi cuenta en el lujoso restaurante.

Había como unas cuarenta mesas de distinguido mantel impoluto, cubertería de plata y vajilla de porcelana, las copas de un fino cristal de bohemia era el toque crucial para tan distinguidas mesas. Al parecer nada era suficiente para los ricos huéspedes del Gran hotel, al final de la sala un pequeño escenario donde vi. un viejo piano de cola y poco más donde representar actuaciones, frente a ello un gran espació vació, supongo, que hecho a drede para el baile, después me fije en los techos de bellísima decoración y aquellas lámparas de araña que sorprendía hasta a los camareros cuando su poco trabajó les obliga a distraerse como fuera.

Noté una mano en mi hombro lo que provocó en mi gesto que  curvara la cabeza hacía el lado derecho para ver de quién se trataba, era Don Rafael que vestido casi de gala me dijo que lo siguiera hasta nuestra mesa.

-Bonito lugar. ¿No cree?- me preguntó.

-Sí, tal vez demasiado lujoso para mí.- Le repliqué.

-Tal vez. Aunque algún día usted será el que me este esperando aquí sentado, tomando un buen habano. ¿Por cierto gusta?- Antes de finalizar la última frase Don Rafeal me a largo la mano ofreciendome un habano, al principio lo renuncie, pero su insistencia me obligo por decirlo de algún modo, a tomarlo, pero no desee empañar de humo nuestra conversación así que lo guardé con delicadeza en uno de los bolsillos de mi nueva vestimenta.

-¿Para que me a hecho venir? Sí no es mucha molestia mi pregunta.-

Don Rafael me miró in distintivamente, y prosiguió. -Cada cosa amigo mío, a su debido tiempo, ahora disfruta de la música.-

En el pequeño escenario antes nombrado, apareció un hombre de pieles color café pocas veces havia visto yo un color de piel tan bañada por el sol, a lo cual de mi sorpresa, ese hombre empezó a tocar y recuerdo aun aquella sinfonía porque sus manos eran de tacto tan sensible con el instrumento que parecía una escena entre dos enamorados, al terminar la primera sinfonía la gente aplaudió con entusiasmo y yo entre de ellos. 

Don Rafael muy observador mandó que nos sirvieran un buen filete y en poco tiempo tuvimos la comida en el plato, aunque los ojos de mi buen amigo eran ausentes y se movían de un lado para otro buscando en los vacíos de la sala algo o a alguien, mientras yo me hacía el distraído comiendo con tal parsimonia aquel bistec que me supo a gloria, al finalizar el último bocado de mi plato, él todavía iba por la mitad, a lo que causo en mi, una pregunta.

-¿Qué busca, don Rafael?-

Él me miró y sonrió como si le hubiera cazado al vuelo. -A un hombre, que ya tendría que estar aquí.-

De repente un hombre entro en la sala, yo no fui el único que lo vi ya que su poco elegancia traslucía entre tanto lujo, así que todos los comensales de la sale le miraban. Vestía zapatos negros conjunto al pantalón del mismo color, luego unos tirantes hacían a la vez de sujeción y unión de sus hombros hasta su cintura y una camisa blanca en su gran parte del pecho manchada, quizás de sudor. A su lado un hombre más distinguido le acompañaba este vestido de traje, limpiaba con pañuelo de seda sus gafas.

Don Rafael que observaba callado, igual que los otros comensales, dijo. -Ahí esta.-

-¿Ahí esta quién?- Pregunté.

-El hombre que buscaba, el hombre que ha de besar tierra santa.-

-¿Ese es?-

-Sí.- Contestó, ambos sabíamos  el varo significado aquel ''SI''.

El hombre se acerco a la mesa, Don Rafael lo miró, pero su mirada me sobrecogió pues aquellos de cordialidad, cambiaron con rapidez a una oscura maldad, como la primera vez que hablé yo con él.

- Don Rafael, ya esta hecho.- Le dijo el nuevo conversador, y de su bolsillo dejó un pequeño pañuelo manchado de sangre, que resguardaba un cuchillo empapado también del liquido de la vida.

Don Rafael, no emitió respuesta y con la mano derecha hizo signos para que nos dejara, el hombre acto seguido salió del restaurante.

-  Jericó, váyase tengo asuntos que atender.- Se levantó de la mesa y fue a la barra, donde el segundo hombre estaba tomando una copa. Yo hice caso y salí, el Sol aun despuntaba en lo más alto del cielo pero una pequeña brisa hacía ya caer las mustias hojas de los árboles despidiendo ya al verano y dando la bienvenida al otoño. 

Ojosnegros me esperaba en la entrada.

- Ya sabes que debes hacer.- Me dijo a la vez que me daba un pequeño cuchillo, yo lo cogí sin refunfuñar. -Acompáñame.-

Sus pasos lentos pero a la vez ágiles en la cera me hicieron entrar en un pequeño callejón que daba atrás del Gran hotel, donde aquel hombre de camisa manchada estaba sentado llorando por alguna misteriosa razón, me acerqué a él, el hombre sujetaba algo en su mano, a primera vista era un rosario, pero la verdad la adrenalina ya estaba en mi cuerpo y poco me dejaba observar. El hombre se levantó, tal era mi sorpresa que no supe actuar a tiempo, se balanceo sobre mí, la respiración se disparo entre mis oídos sin poder diferenciar cual era la mía y la suya, saco un puñal y intento clavármelo pero mis reflejos supieron actuar a tiempo esta vez y pudo parar el golpe certero antes de tiempo soportando con mi mano izquierda su mano con el puñal en el aire, de repente una sobra se balanceo sobre nosotros dos y con corte rápido y con gran maestría en el cuello de aquel pobre hombre termino con mi lucha. Al caer con su último aliento cogió de nuevo el rosario y mis oídos pudieron oír su última oración, Ojosnegros me levantó y desaparecimos tal y como habíamos aparecido en el callejón lentos y silenciosos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La manera de escribir me recuerda mucho a Eduardo Mendoza (El caso savolta)