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lunes, abril 21, 2008

Itaca

El sol ya ilumina la costa y oscurece el rostro del navegante por la triteza del fin de un largo viaje. Tal vez en las costas vecinas, donde él era un extraño que paseaba entre comercios y usuras de vidas agenas a la suya, desvelo iracundas verdades adulteradas por razonamientos equivocos. Tal vez encontró entre las mujeres de vella casta, a quién amar, a quién abrazar por las noches y el despertar de un aroma que jamás desaparecera en su mente.


Pero todo aquello que escapo entre soles y lunas ya no importa, porque como un cantó de sirena empujado por las azules y blancas olas del mar a guíado al noble marinero hasta las costas tranquilas del Hades donde sus deseos de libertad acabaran silenciados por dantesco sonido de una pala. Entonces los ojos miraran con tierna estupidez los gestos de una vida finalizada que las arenas del tiempo borraran sin dejar costancia en memoria.


Ahora en mis ojos ciegos se proyecta lo que aquel noble marinero vió y sintió entre las aguas y tempestades de una vida que no fue cantada, porque simplemente fue una vida olvidada y surge en este pobre corazón el reflejo de las aguas marinas, que proyectan en silencio auqello que los hombres no narran, pues aquel tiempo que no me pertenece es el que me fascina porque el tiempo que me tocó vivir no le pertenezco, ya que soy contador de vidas pasadas y no de mi tiempo, pues ya he llegado a puerto.

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