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miércoles, julio 02, 2008

Cuentos de Zaratrusta II

El maestro tomó asiento al pie del camino, su alta edad hacía que sus pies prolongaran tan raudos descansos que más de descansar su corazón cansaban a su discípulo.
El discípulo observaba con entretenida afición la respiración cansada de su maestro, mientras este babeaba un trozo de manzana que había sacado de su viejo petete.
Se habría un sendero grande a sus pies que daba camino a las enrocadas montañas.
El maestro observo la magnificencia de los altos titanes de roca y suspiro en sus adentros, Ay las montañas.
El discípulo que había oído a su viejo maestro le insinuó, debe ser maravilloso viajar entre nubes en soledad y esbozar con palabras lo que en nuestra mente en el silencio de la naturaleza prolonga.
El maestro miró con cierta arrogancia a su discípulo y le pidió que tomara asiento de nuevo, que su condenada mente le había hecho recordar un viejo cuento de las montañas.

Hablan así los que ahora descansan de un hombre que buscaba un pensamiento tan puro que en su fascinación escogió los Alpes para en soledad encontrar un reposo y una actividad pensante mas encontró un pensamiento que no supo controlar y que la poca cordura de la filosofía le hizo perder la suya, tal era su estima por lo particular que el hombre se asombraba hasta de su sombra, pues tiempo atrás de su visita los lugareños que habitaban la zona juraban a ver visto aquel hombre alemán hablar con su compañera oscura.
El discípulo no daba crédito a las palabras de su maestro, un hombre que hablaba con su sombra ¿como iba a ser posible tal locura?
Aquel hombre, prosiguió el maestro, llevaba siempre una pequeña libreta donde cuidadosamente escribía todo aquello que su errática mente le planteaba, incluso a veces no entendía una vez en el fuego de hogar sus escritos ya que su mente había ido más rápida que su mano y esta solo había prolongado en el blanco papel una seria de extravertido buratazos que al presente pretendían ser palabras, dicen que a su muerte el podré filosofo decía ''otra vez'' y bien no sabemos quién o cuando perdió la cordura este noble hombre o tal vez fuese la sociedad que lo rodeaba quién a su parecer había perdido su propia cordura pues no Vivian tal y como él creía, ya que muchos de los gestos humanos fueron y son para nosotros efectos de poca razón y este honorífico filosofo pensaba que todo aquello particular en el hombre era lo que había que hacer incluso resaltar su parte más animal.

La lección que nos deja es que la obsesión por la vida termina matando como todas las obsesiones y pasiones aunque no hay que temer a estas por sus gestas sino glorificarlas porque siempre serán y son nuestras y como dicen los padres por mucho que me pese el fracaso de mis hijos siempre serán hijos míos.

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