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miércoles, junio 25, 2008

Cuentos de Zaratrusta

El maestro tomó asiento debajo de un gran olivero, su discípulo que caminaba entre divagaciones absurdas se sentó en frente de él.
El sol buscaba asilo entre las altas montañas del
peloponesio, entonces el buen maestro al ver que el discípulo navegaba entre sueños y fantasías, comenzó.

Os contaré como el afán de los sueños engaña al hombre de a pie.

El
discípulo salió de su corta ausencia y puso ojo avizor las palabras del maestro.

Pues cuentan que en la vieja
Atenas vivía un viejo que siempre divagaba, como tú en estos momentos, lejos de la pura realidad y al ver cada vez más defectos al su alrededor más divagaba, era un buen maestro pues gracias a él, el hoy conocido como hombre comenzó a ser más que un hombre gracias al pensamiento puro que él buscaba, aunque aquella verdad total jamás la encontró es más dudo que alguien sea capaz de encontrarla, por muy buenos dioses que tenga.

El
discípulo en mudecio y apoyó su lugar pensante en su mano. El maestro prosiguió con la enseñanza.

Los hombres que habitaban con él, lo bautizaron con el nombre de los Ojo de Dios, porque sus divagaciones siempre eran lejos de su realidad y asumido en sus sueños
creía que en algún lugar encontraría la respuesta a sus condenadas preguntas y en ese preciso lugar y todo seria tan perfecto, en definitiva buscaba la receta del primer paraíso conocido.

Tal vez él encontrará
sistemáticamente su propia realidad, pero omniscientemente en esta perdía en el horizonte los detalles que las musas naturales proclamaban al viento en vano su buscada eterna no dejó comprender al gran maestro que la transición de sus pensamientos corrían tan alejas a la realidad que eran irracionales para un hecho de vida, ya que las altas preocupaciones de su subconsciente no le dejaban ver más haya de lo que su mente le relataba.

El
discípulo, que no entendía ciertamente que tenía de malo un pensador como el que describía su maestro, porque acaso el hecho de pensar no es lo que hace al hombre.

El maestro finalizo la charla diciendo, solo la realidad de la vida es importante aquello que en nuestros ojos brotan y nuestro corazón siente es lo importante porque acaso
después de la vida alguien sabe si hay algo más y si lo hay no nos concierne o no le interesamos aquellos que han muerto y han visto el camino que proponía en vida Los Ojos de Dios.

El
discípulo preguntó a su maestro si hoy en día había hombres que sufrían el mal del filosofo, el maestro quedó pensativo en silencio.

Si, los hay. En
cierta manera toda la raza humana esta castigada con el don de aquel primer filosofo de ver en los pensamientos más incunables del alma un lugar donde evadirse a pensar y más aquellos que escriben que sin temor muestran las palabras de los hombres que sueñan.

El maestro se levantó e invito a su
discípulo seguir con tal largo camino.